El panel que recibe al visitante en la sala de exposiciones de la Casa Consistorial está escoltado por una figura de bronce a cada lado. Frente a él, otra escultura de madera oscura y brillante espera con la mano en el cuello, la mirada al tendido y el pelo en un expresivo recogido. Una niña en bicicleta sonríe desde la esquina, y al otro lado de las puertas se suceden las hileras de figuras, unas en bronce, otras en madera, mármol o piedra; pero todas hechas por grandes nombres de la escultura murciana del siglo XX.
Es Murcia: Una generación de escultores, la muestra que, comisariada por Martín Páez, reúne en la sala del Ayuntamiento de Murcia una cincuentena de obras de Antonio Campillo, Francisco Toledo, José Carrilero, José Molera, Hernández Cano y José Toledo, además de los maestros José Planes y González Moreno. Una colección que, desde el pasado 4 de abril y hasta el próximo 30 de junio, pone en la misma sala a unos escultores que conforman la primera generación de una escuela propiamente murciana.
Esta generación, para el comisario Martín Páez, resulta muy compacta no solamente en edad, sino también en trayectoria vital y artística. La mayor parte de ellos, nacidos en los años 20, marcharon a Madrid para formarse en la Escuela de Artes de Bellas Artes de San Fernando, y algunos llegaron a vivir varios años en Roma, becados por el Ministerio de Asuntos Exteriores. “Hay una vida paralela, una escuela, que es lo que yo quería demostrar. Hay una escuela murciana de escultura”, dice Martín Páez, en la misma sala de la exposición. Con esa base, cuenta el comisario, amplió los datos que ya tenía sobre estos escultores, e incluyó a los dos maestros que abrieron camino, José Planes y González Moreno, y desarrolló un libro; un estudio de igual título que la muestra que profundiza en cada uno de estos artistas.
“A partir del libro, que no ha salido todavía, surge la exposición; una exposición que tiene un criterio de una generación, pero está claro que la escuela murciana de escultores son muchos más”, dice Martín Páez, y explica que con esta primera generación surge otra posterior, con artistas como Pepe González Marcos, Pedro Pardo, Elisa Séiquer o Luis Toledo. “Y después de esta generación aparecen Lola Arcas, Juan Martínez Lax…”, dice el comisario, que ha reunido en la muestra, por tanto, a la primera generación de una escuela que llega hasta nuestros días y promete perdurar en el tiempo.
La estancia que sigue a la entrada a la exposición está enteramente dedicada a los maestros de la generación de escultores representada: José Planes y González Moreno; dos escultores de muy distintas personalidades. “Don José Planes estuvo siempre en Madrid”, cuenta Martín Páez. “Hace su casa ladrillo a ladrillo, como él nos cuenta, en la Guindalera, una zona de Madrid; y después se mantiene allí, vive allí toda su vida”, dice el comisario sobre este artista, que fue Medalla de Honor en las grandes exposiciones nacionales que se organizaban en la capital. “En cambio, Juan González Moreno es otra mentalidad”, dice Martin Páez, y explica que aunque estuvo en Madrid para completar su formación, regresó luego a Murcia, donde enseñó a los jóvenes escultores que pasaban por la Escuela de Artes y Oficios en calidad de director. “Son los dos maestros que, desde fuera y desde dentro, desarrollaron esta generación”, concluye.
Junto a esta sala dedicada a los maestros, aparece un tercer espacio donde se muestran bailarinas, retratos, figuras, desnudos y temas de lo más diverso que son obra de los seis escultores reunidos en esta generación, y que guardan, por pertenecer a una misma escuela, un rasgo común esencial: la figuración propia de la escultura mediterránea.
“Ninguno de ellos abandona nunca la figuración, eso es muy importante”, señala Martín Páez; y explica cómo, en un momento en que Henry Moore había dado un vuelco a la escultura a nivel internacional, el propio Campillo se mostraba dispuesto a abrazar su formación mediterránea y figurativa, y a continuar, como hasta entonces, siendo él mismo; aunque la escultura estuviera yendo por otros derroteros “Quizá algunos sí tocan un poco el informalismo, o por lo menos cierta abstracción, como por ejemplo Paco Toledo; pero él mismo se reía cuando le salía algo muy abstracto. Entonces nunca se rompe esa línea que es el Mediterráneo”, dice el comisario.
Además de una clara figuración, en las piezas aparece un rasgo común más: “En Madrid algunos escultores dicen: «hombre, pone el barro como la escuela murciana»”, cuenta Martín Páez sobre la reacción de ver algunas esculturas, y concluye: “En el modelado tienes un estilo, que es colocar el barro de una manera muy especial que corresponde a esta escuela murciana de escultura”.
Dentro de ese terreno común que es la figuración hay estilos diferentes. En el panel de presentación de la muestra, que contiene fragmentos del libro sobre esta generación murciana, detalla las cualidades más esenciales del trabajo de cada uno de los seis escultores, que van desde la figuración más ortodoxa de Hernández Cano hasta el límite con lo abstractizante de la obra de Francisco Toledo, o de su hermano José: “En las figuraciones de Pepe Toledo hay muescas, hay trazos; hay rasgos que quieren evadirse, que quieren salir de ahí, como por ejemplo la caída del caballo que está al fondo”, dice Martín Páez, indicando el lugar de Caída de jinete y caballo. “Esta escultura casi es abstracta. De pronto aparece por ahí un objeto que parece como una para del caballo, o un pie del jinete. El volumen es totalmente abstracto, pero no ha perdido esos puntos de referencia con la realidad”, señala el comisario.
Las piezas de la exposición proceden de la Comunidad Autónoma, así como de colecciones particulares y entidades como la Fundación Fuentes Vicente, la Fundación Capa, o la Confederación Hidrográfica del Segura, que ha prestado una obra de los inicios de Francisco Toledo, La fecundidad, realizada para el Pantano del Cenajo. “Incluso los mismos escultores, que viven dos de los ocho, nos han prestado obra: Carrilero y Pepe Toledo, que nos ha dejado unas maderas que ha hecho últimamente que son espléndidas”, dice Martín Páez.
Para seleccionarlas, explica el comisario, se han escogido siete obras por escultor. “Siempre hemos elegido obras significativas”, dice Martín Páez, y pone como ejemplo el Homenaje a la mujer murciana de Antonio Campillo, o La Pensativa de Molera, o Niños y gato, del mismo autor, que fue un Premio Salzillo. “Creo que hemos hecho una revisión un poco general, pero teniendo en cuenta obras muy concretas, incluso inéditas, de estos escultores”, dice el comisario.
Cuando se le pide a Martín Páez que escoja una de las obras, empieza por los maestros: “De Juan González Moreno me gusta mucho esa mediterránea. Es una pieza importante. Y por ejemplo, respecto a Planes cogería ese desnudo que es de madera, pequeño, que hay en la sala que hemos dedicado a los maestros, porque es una madera espectacularmente exquisita”, dice el comisario.
En cuanto a los escultores de la generación, menciona el Retrato de Elena Ulkaregui, una escultora amiga de Antonio Campillo retratada por él; el Retrato de Mariló, que era la mujer de Pepe Toledo; y otra obra de este escultor, Danzarina, que ha sido colocada en un giro donde el espectador puede cambiar la escultura de posición para verla así desde todos sus ángulos. “Yo creo que hay donde elegir, y donde poder ver las obras de estos coleccionistas que altruistamente nos han prestado”, concluye.
Una muestra donde el visitante va a encontrar, en palabras del comisario, una colección de esculturas importantes que presenta, ante todo, dos valores: “Uno, que tiene interés per sé; que tiene importancia porque son obras que disfrutamos solo con verlas”, y el segundo, “que demostramos que hay una escuela murciana de escultura que no existe en otra región de España”. Porque, con esta exposición, Martín Páez también invita a poner en valor lo nuestro.
Está previsto que el libro que sirve de base a la exposición se presente antes de la clausura de la muestra. Mientras tanto, Murcia: Una generación de escultores seguirá en la sala del Ayuntamiento, con unas obras que, desde sus distintas características y su propio valor, representan a una generación que es única: la primera de una escuela, la murciana, que ha defendido un gusto por la figura mediterránea que llega hasta nuestros días.