Antes de entrar en la sala, aparece junto a la puerta un discreto caballete con un temprano autorretrato de quien sería uno de los artistas más emblemáticos de la Región. Ya en el interior, los paneles muestran los expresionistas y seguros trazos de personajes de corte vanguardista; retratos de callados músicos que observan al espectador desde detrás del piano, que les devuelve su reflejo en el color negro; y por supuesto, los enigmáticos ángeles que con sus alas, sus flores y su propio mundo visten la sala de elegantes malvas, verdes y amarillos.
Es Molina Sánchez. Centenario (1918-2018), la exposición que, con motivo de los cien años del nacimiento del pintor, lleva su personalidad y pincelada a la Sala Alta del Real Casino de Murcia. La muestra, impulsada por la Fundación Molina Sánchez, está comisariada por Miguel Olmos, y reúne un total de 20 obras representativas, algunas de ellas inéditas, que podrán visitarse del 24 de octubre al 12 de noviembre. Una exposición que cuenta con la colaboración de la Fundación Cajamurcia, y es la primera en celebrarse en honor a Molina Sánchez en el año de su centenario.
La exposición parte de los miembros de la Fundación Molina Sánchez, que han visto la necesidad de, ante la ausencia de otras iniciativas por parte de las administraciones, homenajear al pintor antes de que el año del centenario llegara a su fin, y con la dificultad de encontrar un espacio con disponibilidad para ello. “Fue cuando pensamos hacer esta muestra aquí en el Casino, que nos recibe con los brazos abiertos puesto que Molina Sánchez es Socio de Honor”, dice el comisario Miguel Olmos; y añade que es precisamente en el Real Casino donde puede verse el ángel masculino que el pintor donó a la institución y que es una de sus mejores obras.
La Sala Alta muestra, en este homenaje, una veintena de obras que incluyen aguadas, dibujos y óleos sobre papel y sobre lienzo que pasan por las distintas etapas pictóricas del artista, y permiten ver desde una selección de su época más picassiana hasta los espectaculares ángeles que fueron una constante en su carrera. Una muestra variada que, dentro de la producción artística de Molina Sánchez, reúne obras desde la década de los 50 hasta los 90, y da la bienvenida al visitante con una pieza anterior: un autorretrato de 1935, cuando el pintor tenía tan solo 17 años.
La obra expuesta en la sala, salvo este último autorretrato, procede de la Fundación Molina Sánchez, que atesora las más de 150 piezas que el pintor se preocupó de ceder para que pudieran ser disfrutadas por todos los murcianos. “La Fundación no tiene nada de cara al público, no tiene sede ni lugar donde poder mostrar las obras, pero están todas empaquetadas y en un almacén del Polígono de San Ginés, en Alcantarilla”, explica Miguel Olmos sobre el Centro Regional de Restauración donde las obras permanecen embaladas. Con la exposición de centenario, varias de sus obras más significativas han abandonado el almacén para, por unos días, estar a la vista de los murcianos. Unas obras que permiten repasar la trayectoria artística del pintor en sus distintas etapas.
“Falta solo una etapa, y muy importante también: la de África”, dice Miguel Olmos. Se trata de la obra que Molina Sánchez desarrolló después de recorrer Luanda, Santo Tomé, Ciudad del Cabo y otras ciudades africanas que visitó en 1965. Esta etapa, a pesar de ser fundamental en su carrera, no está incluida en el homenaje por cuestiones de espacio; aunque, señala el comisario, en los fondos de la Fundación hay obra suficiente para hacer una exposición únicamente del tema de África, con toda la riqueza y los matices que contiene.
Entre los cuadros de la exposición hay tres que son inéditos. El primero de ellos, al fondo de la sala, es Los tres del Tabor; un óleo sobre tela que Molina Sánchez realizó ya en su etapa de madurez pictórica, y que hace alusión al pasaje bíblico con los personajes que representa. Le sigue un retrato del poeta Salvador Jiménez, que está fechado en 1980 y es uno de los tres dibujos presentes en la muestra; y por último, Los descarados; un coqueto cuadro con cinco figuras en un paisaje que ha sido identificado como la bahía de Santander.
Molina Sánchez, explica el comisario, iba todos los años a Santander para exponer; y no acudía únicamente para el acto de inauguración, sino que pasaba allí una semana completa. “Estudiando la obra hemos llegado a la conclusión de que esto es Santander, por la luz”, dice Miguel Olmos sobre Los descarados; y esto porque el comisario, que llegó a acompañarlo en uno de sus viajes, recuerda haber recorrido con él esa misma bahía. Él iba haciendo fotografías del paisaje, y cuando se ofreció a pasárselas luego al pintor, éste respondió que no las necesitaba, porque las llevaba en su cabeza. Y es que Molina Sánchez no trabajaba con fotografías, sino con las imágenes que iba guardando en su memoria y le servían luego para pintar.
Así sucedía con sus ángeles y los rostros que en ellos representaba. “Él no pintaba con modelo. Los ángeles son caras bellísimas, pero de chicas o de chicos que él había conocido, y sin foto y sin estar presente, los llevaba retratados en su mente”, dice Miguel Olmos, y explica cómo esos rostros de personas que había conocido le venían a la cabeza cuando pintaba en su estudio y le servían para dar forma a sus personajes.
Era allí, en la intimidad de su estudio, donde Molina Sánchez realizaba su trabajo, siempre alternando entre varios cuadros. “Él nunca empezaba uno y estaba con ése hasta que lo acababa, sino que hacía a la vez cuatro, cinco… es muy curioso”, dice Miguel Olmos, que logró estar presente en el estudio mientras el pintor trabajaba; y recuerda cómo Molina Sánchez, mientras pintaba uno de sus cuadros, se dirigía a otro de los lienzos, que estaba en un caballete distinto: «espera, que ya sé que también tú quieres de este verde…», decía, y se volvía para darle una pincelada también a ese cuadro. “Trabajaba así. Empezaba tres, cuatro caballetes y conversaba con ellos”, dice el comisario, con este recuerdo de haber visto a su amigo pintar en el estudio y dialogar con las obras y personajes que iban tomando forma.
También entre los cuadros son menos conocidos, aunque no inéditos, los retratos de los músicos Bach, Haendel y Beethoven, así como de Lope de Vega. Otros, como El hechizo de la rosa, también han sido mostrados con anterioridad. “Estuvo en San Esteban cuando se hizo la gran exposición del 2002 y ya se conocía, pero volver a reencontrarse con una obra de estas características y de esta belleza siempre es un placer y un lujo”, dice el comisario.
Otro cuadro destacado es la aguada que cierra la muestra, y que es un retrato de la mujer de Molina Sánchez, Amparo, aunque con el título de Eva. Situada junto a la puerta, la obra rompe con el colorido que domina la sala, y pone la atención en la elegancia y seguridad del trazo que el artista consigue también en esta técnica.
Una exposición que, para el comisario, ha quedado en su conjunto como un museo tanto por la calidad de las obras como por el marco que ofrece la sala; un espacio que, además, está muy vinculado con el pintor: “Después de la restauración del Casino, la sala se reinauguró con la obra de Molina Sánchez”, explica Miguel Olmos, y cuenta cómo fue el propio artista quien determinó la altura que debían tener los paneles que todavía hoy se utilizan, y quien comentaba que era un acierto que las paredes y techo de la sala mantuvieran un color neutro, sin darle otros tonos a las grecas de flores que los adornan: “Con todo gris y los paneles abajo, embellece pero no distrae. Al estar así queda muy elegante y al mismo tiempo lo que se luce realmente es la obra”, puntualiza.
Una exposición que, al menos durante tres semanas, pone la obra de Molina Sánchez a la vista de los murcianos, ensalza la figura del pintor y deja que sus personajes, retratos y pinceladas, en una selección de primer nivel, vistan la sala y dialoguen con los espectadores. “Aquí estaremos hasta el día 12, y para el año que viene, que es el décimo aniversario de su muerte, si tanto la Comunidad Autónoma como el Ayuntamiento hace alguna exposición, estaremos siempre dispuestos a colaborar y participar en lo que nos pidan y podamos apoyar”, concluye el comisario, como miembro de la Fundación que lleva el nombre del pintor.
Para la Fundación Molina Sánchez, la exposición supone, según su presidente, Miguel Ramón Martínez, el haber podido realizar dentro del año del centenario una muestra, aunque modesta, en homenaje al pintor; con el logro de haberla hecho en el Real Casino de Murcia, que guarda ese vínculo con Molina Sánchez y reúne en su Sala Alta todas las condiciones. “Necesitamos que no se pierda el nombre de él, porque era una persona que dejó algo muy rico para Murcia y los murcianos, y sin ningún interés. Él devolvió prácticamente a su ciudad lo que su ciudad ya le había dado”, dice el presidente, que es además sobrino directo de Molina Sánchez.
El homenaje a Molina Sánchez por su centenario, celebrado al fin con esta exposición, estará en la Sala Alta hasta el 12 de noviembre, y queda a la espera de que los cuadros del pintor vuelvan a salir de su almacén para llenar la vista de los colores de sus ángeles y personajes; interrogar al espectador con sus enigmáticos títulos y reconocer a un maestro de la pintura que es uno de los más emblemáticos de la Región.
Una pena que cualquier fundación tenga la obra de un artista almacenada en un polígono industrial. Las autoridades deberían tomar nota, por mucho que se trate de una entidad privada, no es de recibo que no se pueda encontrar un lugar mejor.