Al otro lado del silencioso patio del Museo de Bellas Artes de Murcia (MUBAM), el Pabellón Contraste que alberga sus exposiciones temporales permanece cerrado estas semanas de cuarentena. Sin embargo, si desde casa pudiéramos entrar en sus salas, veríamos mujeres que reposan tranquilas, que se estiran, que corren gráciles en carreras de relevos o visten galas de torera; palomas, alegorías y otras tantas esculturas que suman más de 60 y, confinadas, dan vida al interior del pabellón y a la memoria de su autor. En la pared, una frase aparece: «El arte es instintivo, nato; no se aprende, se cultiva».
Es ‘Por instinto. José Hernández Cano’; la exposición que desde el pasado mes de febrero viste las dos salas de exposiciones temporales del Museo de Bellas Artes de Murcia (MUBAM). Una retrospectiva que reúne una amplia selección de la obra de Hernández Cano (Murcia, 1932-2017), que aporta una visión de conjunto de su trabajo y que supone un homenaje al escultor y su maestría.
La exposición no ha sido dispuesta de forma cronológica. La obra de Hernández Cano, muy uniforme en cuanto a evolución, no puede entenderse por etapas, sino por temas; por las diferentes temáticas que han captado el interés del escultor y que ha ido desarrollando durante toda una vida dedicada a la escultura. “Es como si él desde el principio tuviera las ideas claras de qué quería hacer, y no hay apenas variación”, explica al otro lado del teléfono Isabel Hernández, hija del escultor y comisaria de la muestra junto con Elisa Franco. “Yo no me dedico al arte, pero sé el componente humano de mi padre y qué quería transmitir; entonces he querido hacer hincapié en eso, y creo que a través de la temática era la mejor manera”, cuenta la hija del escultor.
De ese componente humano que la exposición resalta procede el título, ‘Por instinto’, que recoge su forma de entender el arte. “En un libro de mi padre que él señalaba y subrayaba una de las frases más remarcadas era de Píndaro de Cinoscéfalos, un poeta de la Grecia clásica; y decía que «el hombre de talento es aquel que lo hace todo por instinto»”, cuenta Isabel Hernández. Este interés por el instinto puede verse, además, en los pensamientos que Hernández Cano escribía. Muchos de ellos han sido recogidos en el catálogo, y en ellos puede verse cómo el escultor abogaba por la bondad del instinto y reflexionaba sobre él a menudo.
En la entrada de la exposición, junto al título de la exposición aparece una gran imagen del escultor en su taller, trabajando en una escultura de tamaño natural; una figura femenina con el pelo recogido y mirando hacia abajo, abrochándose el sostén en serena expresión. Se titula ‘Mariola, mi mujer’ y es la obra que, colocada de espaldas, abre la exposición. “Es la escultura de mi madre. A ella le da vergüenza, no quería”, cuenta Isabel Hernández; de ahí que esté de espaldas. Sin embargo, cuando hicieron la selección de las obras, vieron que la escultura debía ocupar un lugar importante en la muestra y ser su entrada.
Desde un punto de vista técnico, esta primera obra es una escayola patinada, es decir, con un acabado que le hace parecer de un material distinto. Esta peculiaridad se repite en muchas de las obras de la muestra, que pese a ser de barro parecen de bronce u otros materiales por efecto del patinado. “A él le gustaba mucho el barro, pero le gustaba darle un acabado más personal; entonces fue experimentando continuamente hasta que consiguió una técnica suya para hacer los diferentes patinados. Y hay gente que dice que al final se hizo un experto en pátinas”, dice Isabel Hernández. Tanto es así que, en un inicio, no sabían decir de qué material era una de las obras cedidas para la exposición, supuestamente de piedra. El brillo de algunas zonas, sin embargo, delató que era en realidad mármol blanco, aunque patinado por el escultor.
La siguiente escultura en el recorrido después de la entrada es ‘Creación’; una de las pocas obras abstractas del escultor, en mármol negro, que representa esta vertiente del artista. A partir de ahí, la temática predominante en la sala es el desnudo femenino, con las figuras alargadas propias de Hernández Cano. «Me gusta hacer las figuras largas porque me gusta pasear la vista de una forma estilizada y sentirme libre como en una sociedad equilibrada», puede leerse en la pared que decía el maestro.
Entre estas esculturas aparecen también interpretaciones de grandes obras de la historia del arte, entre ellas ‘El Nacimiento de Venus’ de Boticelli, el ‘David’ de Miguel Ángel, la ‘Venus de Milo’ o las tumbas de los Medici, que el artista moldeaba a modo de estudio. “Él era un enamorado de la cultura clásica”, cuenta Isabel Hernández. “Nunca salió de España ni llegó a ver en persona esas obras, pero a él le gustaba jugar con eso, darle su interpretación”, añade. Y es que, a pesar de tener su propio canon de belleza en escultura, Hernández Cano no entendía que se dijera que lo clásico ya estaba inventado y había que hacer algo nuevo. Él era partidario de aprender de los grandes y trabajar en esa línea.
En la misma sala pueden verse también unas figuras de formas esquemáticas, con extremidades muy finas, como esperando a ser completadas con barro. Son los ‘Tíos secos’, como aparecen nombrados en las cartelas. “En el catálogo se llaman ‘El principio de la escultura’. Lo que pasa es que en mi casa se le decían de forma familiar «los tíos secos»”, dice la hija del escultor, y explica que cuando modelaba en barro seguía el proceso contrario que con el mármol. En éste último, la figura surgía al “quitar” el mármol que sobraba, mientras que en barro la escultura se formaba haciendo una obra primera a modo de estructura y añadiendo luego materia hasta darle volumen, de ahí que sea el principio de la escultura; el boceto de donde nace la obra.
“Cuando él empezó a hacer eso mucha gente le dijo que se parecía a Giacometti”, dice Isabel sobre los ‘Tíos secos’. “Mi padre no sabía quién era. Entonces investigó, y cuando lo vio dijo: «Giacometti no tiene nada que ver conmigo»”, cuenta riendo. Y esto porque encontró que las figuras del escultor suizo eran más alargadas, más finas; distintas en esencia a sus bocetos.
También aparecen en la exposición obras alegóricas, como una figura que representa la abundancia, o la escultura que ha sido donada al museo por la mujer y la hija del escultor. Lleva por título ‘El vuelo contenido’, y representa a una mujer con alas simuladas en los brazos que, tranquila, no echa a volar. “Muchas de sus obras tienen mensaje”, dice Isabel Hernández, que escogió esta obra cuando le dijeron que tanto el Museo de Bellas Artes como la Comunidad Autónoma apenas tienen obra de su padre en sus colecciones. “Él ha sido una persona que ha estado siempre muy metido en su taller, haciendo su obra. Es como una persona que tiene alas y que está contenido el vuelo”, cuenta su hija, que con la exposición busca dar a conocer la figura y obra de su padre.
En la planta superior, donde continúa la muestra, aparece otra de las grandes temáticas de la obra de Hernández Cano: el mundo taurino. “A él le gustaba mucho el mundo taurino, pero no le gustaba la sangre”, subraya Isabel Hernández. “Consideraba de mucho valor que un torero se enfrentara a un toro y lo extrapolaba a la forma de vivir; de enfrentarse una persona a un problema y ser capaz de sacar de ahí arte”, explica. El problema para el escultor era la muerte, la sangre; y pensaba que, de alguna manera, se podía evitar.
La visión del escultor sobre el toreo puede verse en los óleos sobre cartón que acompañan sus esculturas, que además del dibujo del torero incluyen mensajes manuscrito: «El Arte no es sangre ni muerte, el arte es vida»; «Para iniciar un pase hay que poner la delicadeza del vuelo y la entrega del enamorado», o esta tercera: «Cuando la gracia se convierte en Arte no preguntes si es hombre o mujer», porque entre sus esculturas aparece de forma reiterada la figura de toreras, en movimiento o bien posando. Una de estas toreras, imagen del cartel de la exposición, tiene la singularidad de incluir el dibujo de la vestimenta en la propia escultura, como si estuviera grabada en la piel; y como en todo el montaje, está acompañada por el juego de sombras de la iluminación en la pared, con la separación suficiente para poder apreciar la obra desde distintos ángulos.
Al bordear la sala, en la pared del fondo aparece una galería con escultura religiosa, desde bocetos para pasos de Semana Santa, como una coronación de espinas o un descendimiento; hasta una Virgen de los Buenos Libros. Estas figuras, así como otras tantas que pueden verse en iglesias de la Región, tienen su origen en encargos que le llegaban a Hernández Cano a través de su hermano, que era cura obrero y solía pedirle imágenes para iglesias con pocos recursos.
También aparece un Nacimiento, que el escultor tenía por costumbre regalar. “Antes los pintores hacían varias reproducciones de un dibujo suyo y felicitaban con esa tarjeta navideña. Mi padre quiso hacer algo por el estilo, pero claro, con escultura. Y entonces hizo un belén”, dice Isabel Hernández, y cuenta cómo su padre solía regalarlo entre sus amigos por Navidad.
Al continuar el recorrido de la sala aparecen una serie de bustos; retratos que el escultor recibía por encargo y que están representados en la exposición por esculturas de personajes reconocibles para buena parte del público –aunque escaparán a los más jóvenes– como Paco el de Drexco o Carlos Valcárcel. Entre ellos también puede verse el busto de su hija, de Isabel Hernández, que curiosamente fue más difícil de terminar y le llevó más sesiones de las habituales.
La última temática desplegada en la exposición, también presente en la obra de Hernández Cano, es la de los animales. Un gato, conejos con sus crías, toros enfrentados y una pareja de palomas se dan cita para mostrar la admiración que el escultor tenía por la naturaleza y su equilibrio. Y es que la huerta no fue solo donde nació, sino también donde siempre tuvo su taller. “Un huertano. Él era un huertano amante de su tierra”, dice Isabel Hernández.
Aunque estaba previsto que la exposición finalizara el pasado 19 de abril, la muestra se prolongará previsiblemente hasta mediados de verano, siempre dependiendo de la evolución del estado de alarma y las medidas relacionadas con el COVID-19. Mientras tanto, las esculturas siguen en la sala, y brindan la oportunidad de interesarse por la figura del escultor murciano, su trabajo y su pasión por el arte, que desarrolló por esa intuición; ese instinto que seguía en cada obra.