Ya desde el escaparate de la calle San Pedro se ve el color del vidrio y la contundencia del hierro en las líneas de las aves de alargadas patas, y en la pared repleta de hormigas, arañas, moscas, avispas e innombrables insectos de brillantes tonos rojos, azules y amarillos, dispuestos todos ellos en torno a un árbol de ramas gruesas y sinuosas. Al entrar en la sala, una imponente esfera forma el cuerpo de una garza, y la luz que llega desde la puerta y el escaparate queda reflejada en el vidrio de peces, medusas, aves, ángeles y faldas de gitana, que llegan incluso a contener luz.
Es Grullas en la noche, la exposición de Flyppy que durante todo el mes de diciembre y hasta el 15 de enero estará en Cuadros López. Está formada por más de 80 piezas, y basta con echarle un vistazo a cualquiera de ellas para adivinar la firma.
La exposición, en su variedad, pone en la sala los temas que ya son propios del artista: gitanas, ángeles, peces de coral, insectos, medusas, y por supuesto grullas; además de una cabeza laureada, un girasol, trigos, un abrevadero de pájaros, árboles de vida, un hombre sacacorchos y criaturas de todo tipo. “Hay de todo, esto es una evolución, va siempre para adelante. He traído aquí lo último que me está saliendo de la cabeza”, dice el escultor Flyppy, sentado junto al rosa, azul, naranja y verde de las gitanas que abren el tramo de pared del fondo.
En cualquiera de las piezas no se ve meramente un animal, o un árbol, o un tema concreto. Hay también una figura, un movimiento; una expresión dada solo con una línea, con un ángulo del hierro; una fuerza que viene dada por la carga de abstracción que el escultor pone en sus temas. “Siempre se busca eso, ¿no? Decir lo máximo con lo mínimo”, dice Flyppy, y recalca la importancia de la línea en unas esculturas que, más que animales, representan las criaturas del particular bestiario de Flyppy: “Han dejado de ser animales”, dice el artista riendo. “Están dentro de mi cabeza. Es un poco como una pesadilla, pero bueno. Convivo con ellas”, ríe de nuevo.
A las esculturas las acompaña en las paredes alrededor de una decena de cuadros, todos ellos con motivos de peces en armonía con las esculturas. “Están los cuadros de mi hijo, que está ahí dándole caña”, dice Flyppy de su hijo, Ismael Cerezo. Los peces aparecen abordados desde distintas técnicas y formatos, y uno de ellos llega a estar enmarcado por una paellera.
Muchas de las esculturas de la muestra contienen luz. Las hay que son, propiamente, cuadros de luz que muestran la silueta iluminada de un caballito de mar, de peces, de un pulpo, o de un camaleón; y también las hay que tienen iluminada la base, como las garzas; o el interior, como las medusas, que pueden encenderse y apagarse como si fueran lámparas. “Es que el vidrio está al servicio de la luz. Entonces tú cuando le metes luz a un vidrio tienes dos esculturas en vez de una: encendida y apagada. Entonces es muy interesante trabajar con la luz”, explica el artista, que aclara rotundo: “no es que sean lámparas; es que es una evolución natural de la pieza”.
Porque cuenta Flyppy que, aunque ha realizado lámparas y tulipas para encargos, hace tiempo que los ha dejado para trabajar únicamente la escultura en toda su vertiente artística. “Esto”, señala una de las gitanas como ejemplo, “es como una tulipa, pero es mejor porque ya son faldas de gitana, la luz va para abajo… es darle siempre a todo una vuelta”, dice el artista. Y es en la presencia de la luz en estas esculturas, y en especial en las dedicadas a las aves, donde está la clave del título de la exposición, Grullas en la noche, que pone el acento en las obras de más reciente creación.
La exposición, que el artista ha tardado en torno a un mes en desarrollar, está compuesta por obras nuevas que, salvo alguna excepción, han sido realizadas expresamente para la sala. Algunas de ellas, señala Flyppy tienen solo dos semanas, como el pavo real colocado al pie de una de las columnas. Unas obras que el artista ha elaborado, como acostumbra, de forma espontánea, sin esquemas previos; y que no suele tardar mucho en terminar. “Me tiene que pillar el momento, pero claro, una vez que salen solas es guapísimo”, y recuerda la satisfacción de, por ejemplo, terminar una pieza entera en media hora, aunque advierte: “También es cuestión de tener las piezas ya almacenadas. Yo voy cogiendo hierros de la chatarrería y de todos lados, y dentro del caos que tengo en el taller, yo sé dónde está mi caos”, dice el artista, que no tiene problema en localizar la pieza que necesita cuando una determinada obra la pide.
Así sucedió con la obra de la entrada, que Flyppy señala como la mejor de la exposición, y que representa a un ave construida en torno a una esfera azul. Cuenta que tenía la bola de vidrio hecha desde hace siete años, y que después de todo ese tiempo, no fue hasta el día anterior a la inauguración, a las tres de la madrugada, cuando vio cuál era su sitio. “Es totalmente espontáneo. Aparte he conseguido sacar eso, que la bola se quede flotando dentro del cuerpo”, dice el artista, que explica que la cabeza está hecha con un pico que ya tenía hecho. “Y luego las pezuñas del pájaro eran picos de flamencos, para hacer flamencos más pequeños. Tenía ahí todos los picos hechos y se los puse de pezuña a éste”, dice Flyppy, que no ve en él un pájaro como las grullas o flamencos de la exposición. Para el artista, es más bien una garza, o una garza real, y así la llama. “Es también un homenaje a mi amigo Ramón Garza. Fue una persona que me ayudó mucho al principio, y de hecho hice esculturas con él que eran un poco por esa onda. Entonces yo creo que fue una conexión que tuve con él, desde el más allá”, concluye.
Si algo tienen de característico las esculturas de Flyppy es el color del vidrio; material que, sin embargo, es tan protagonista en sus obras como lo es el hierro. “El vidrio es una parte más. Yo veo que me baso más en el hierro incluso”, explica el artista. “Lo que pasa es que estoy cogiendo el punto de equilibrio entre los dos, pero yo no diría que uno es más protagonista que otro en mi escultura. A mí me gusta que sean buenos amigos”, dice Flyppy, que entiende el vidrio como una necesidad que tiene como artista para darle vida a sus piezas, y para darles color. “Yo no concibo el mundo en blanco y negro”, sentencia; “el color es algo fundamental”.
Aunque para añadir esos colores hay que saber cómo manejar el vidrio; un material que, pese a su dureza, es muy frágil. “El vidrio es un hijo de puta: Tiene vida propia”, dice Flyppy. “Los vidrieros lo llaman el metal: no es sólido, ni líquido… tiene mil historias”, dice; y explica que utiliza vidrio comprado en Alemania mezclado con vidrio reciclado; una combinación necesaria para que el material sea compatible con los colores que utiliza, también de procedencia alemana. “No puedo trabajar solo con reciclado con esos colores, porque el vidrio estalla. Y tampoco me vale el vidrio este alemán con los colores; también estalla”, explica Flyppy, que al experimentar con los materiales dio con la solución.
Las obras de la exposición, cualquiera de ellas, son piezas que gustan al público; que suelen llamar la atención. Cuando le preguntan el motivo, Flyppy explica que el vidrio tiene mucha culpa de ese atractivo, aunque, reflexiona, también han gustado las piezas que ha realizado únicamente con hierros, sin el color ni textura del vidrio. “Da igual que lleven hierro o no. Son unas piezas que no sé, están como vivas. Entonces tienen un punto que hipnotizan a la gente”, dice el escultor.
Después de esta última exposición en Cuadros López, el escultor tiene puesta su mirada fuera de España: “Ya he conseguido establecerme y tener una estructura. Entonces creo que ya es el momento de dar más vueltas por ahí”, dice el escultor. Mientras tanto, las esculturas de Flyppy de Grullas en la noche pasarán las Navidades con el público, y prestarán a la calle San Pedro, desde el escaparate de la sala, los colores y las líneas del vidrio y el hierro.