Tres vistas de jardines dan la bienvenida al visitante con la tranquilidad de un sencillo banco y el silencio de las palmeras que crecen a la sombra. Sobre ellos, se lee un verso de Eduardo Lizande: «Solo somos el muro que retiene el jardín»; y al mirar al interior de la sala, entre las monumentales columnas aparece la gracia de jazmineros y bugambillas, el verde de las hojas de parra, el frescor de los árboles en torno a la pérgola y los andados senderos que son alivio en días de verano y escenario de recuerdos de infancia.
Es ‘El huerto de la vida’, la exposición de Hurtado Mena que ha puesto la belleza de nuestros jardines en la Sala de Columnas del Palacio Almudí. Una amplia colección de óleos acompañada de dibujos y una selección de bocetos que, del 29 de mayo al 20 de julio, muestra la inquietud del pintor por retratar una naturaleza íntima, cercana y reconocible para todo espectador. Rincones de La Ñora, el Huerto López-Ferrer, la Pólvora, el Malecón y otros jardines que, desde su propia singularidad, quedan unificados por los amplios formatos y por un rasgo común: en ellos hay verdad.
“La primera vez que vine después de la inauguración, ya relajado después del montaje, entré en la exposición y me creía que no había hecho yo esto”, confiesa Hurtado Mena entre las columnas del Almudí. Cuenta el pintor que había estado trabajando y dialogando con esos mismos cuadros hasta terminarlos, pero el reencuentro con ellos en la sala les daba una nueva vida, y casi parecían querer reclamarlo con la misma fuerza comunicativa que tenían en su estudio.
Y es que explica Hurtado Mena que la vida del artista está marcada por una oscuridad: la de las largas horas de trabajo y pensamiento necesarias para preparar las obras en la soledad del estudio. Una oscuridad que, para el pintor, queda iluminada por ventanas que en ocasiones se abren, como la del periodismo cultural, que muestra ese trabajo cuando llega el momento de la exposición y de trasladar la obra al público; o la de los propios espectadores, porque también hay luz cuando un viandante entra en la sala, se detiene ante un cuadro y se identifica con él.
Cada cuadro tiene su propio proceso, que puede alargarse años. El pintor trabaja con él hasta que no lo puede intervenir más, y ahí viene el momento de la firma, que en el caso de Hurtado Mena suele quedar discreta, casi escondida. “Hay algunos hasta con dos firmas”, dice el artista, y explica: “Por ejemplo, en ese cuadro de allí, Camino de servidumbre, hay fotografías en catálogos donde la obra está de otra forma, era otro cuadro”, y esto porque van surgiendo ideas, y en lugar de iniciar una nueva pintura, aparece la necesidad de volver a intervenir en la obra. “Los proyectos no se acaban. Siempre nos superan”, dice el pintor con rotundidad.
‘El huerto de la vida’ como proyecto ha estado gestándose durante años. La trayectoria del pintor siempre ha estado muy marcada por el paisaje urbano, hasta que en 2006 le llamaron desde el Museo de la Ciudad para pedirle unos cuadros donde había retratado la huerta, y en concreto paisajes donde se veía Monteagudo al fondo. “Era la panorámica que veía desde mi ventana cuando me fui con siete años a Santa María de Gracia, y ese paisaje siempre me ha interesado”, explica. Desde entonces, la naturaleza ha estado muy presente en su trabajo pictórico, y ha llegado a desplazar a las vistas de calles y edificios.
Para él, la arquitectura da muchos matices en la pintura, como la perspectiva o la luz propia de Murcia, aunque a través de algo hecho por el hombre. “La naturaleza es más libre. Aunque en un jardín esté dirigida ella hace luego lo que quiere. Es un poder que no se llega a dominar del todo”, dice Hurtado Mena, y añade que, en pintura, la naturaleza aporta una espontaneidad que la arquitectura no permite, porque se puede jugar con el conjunto, modificar el crecimiento de un árbol para componer la luz o el color, y explorar la belleza del paisaje a través del pincel.
Esta libertad queda reflejada en la exposición en la singularidad de cada tema. Basta observar los tres cuadros de la entrada. El primero de ellos muestra un parque en su concepción más clásica, con un banco de madera, una farola y las palmeras que se alzan sobre la vegetación en la lejanía. El cuadro central representa un jardín de aspecto árabe, quizá porque el artista se encontraba inmerso en ese momento en un trabajo en torno a Ibn Arabi; y el de la derecha es totalmente distinto, abocetado y compuesto prácticamente a partir de manchas. “No tiene más de diez minutos, pero es realmente sentido, lo que vi y lo que quise expresar”, dice Hurtado Mena.
El panel recoge, además, una reflexión que la exposición traslada al espectador: «Todos heredamos un huerto al nacer, y en ese huerto de vida solo dejamos crecer las semillas que deseamos». Esta imagen, también contenida en el título de la muestra, presenta la propia vida como un huerto donde decidimos, de entre las enseñanzas recibidas, cuáles cultivar o apartar; y donde todo aquello que heredamos de nuestra cultura tiene un espacio para germinar.
Dentro de esas semillas que recibimos está nuestra propia idea de jardín, que procede de los tiempos de los romanos. “Es el paisaje que uno aprende por la cultura que tiene más cercana”, dice el pintor; y explica cómo Plinio el Viejo ya hablaba del huerto que formaba parte de la casa en la Antigua Roma, abastecía a la familia y se dejaba en herencia para que el hijo continuara su cuidado. Tanto era así que se le llamaba Heredium; una palabra que ha dado lugar al subtítulo de la exposición, ‘La herencia del paisaje’, y que cobrará un creciente protagonismo en próximas muestras del artista.
A partir de esta herencia recibida que es la cultura, todo cuanto vivimos, la propia infancia, es como se concibe cada cuadro, con sus propias peculiaridades e historia. “Este es muy curioso”, dice sobre un paisaje nocturno donde brilla la luna. “No es una luna cualquiera. Es la luna de Jueves Santo por la noche”, desvela; y explica que son esos morados que pueden encontrarse en el cielo, cuando después de haber visto la Procesión del Silencio en Murcia se atraviesa algún jardín de regreso a casa, y que no son sino una luz de esperanza, porque la muerte de Cristo nos dio la esperanza de la redención.
Próximo a este cuadro aparece también Amanecer; un tríptico donde un banco descansa sobre un libro mientras a su alrededor se abre todo un paisaje de vegetación. La obra, sin embargo, comenzó siendo un único cuadro: el central. “No estaban los dos laterales, y quería que el banco fuera el punto de atención del cuadro. Sin embargo, lo era tanto que no dejaba entrar a ver ese mundo que había detrás”, dice Hurtado Mena, y explica cómo tuvo que ampliar la obra con los otros dos módulos del tríptico, para que el banco quedara más pequeño. “Pero el banco estaba ahí todavía con un poder tremendo, y los demás puntos de atención se difuminaban hasta que José Alberto Bernardeau escribió el libro”, dice en referencia a ‘Las galerías de arte en la Región de Murcia 1970-2000’, que se presentó en esas fechas. “Dije: «ese libro necesita un banco», y en el banco lo dejé. Y ha compuesto el cuadro él solo”, cuenta riendo.
Y aunque podría escoger muchos cuadros, si Hurtado Mena tiene que decantarse por uno solo se dirige a El jazminero y el rosal, un óleo sobre madera de gran formato que tiene, además, un lugar preferente en el catálogo. Se trata de un rincón de la zona ajardinada de Santa Isabel, con el arco de la plaza al fondo, a un lado, y unas rosas blancas en el tercio opuesto de la obra. “Hay como espacios de distintos estados de ánimo dentro de este cuadro que de alguna manera no se desdicen unos con otros, y en conjunto me encuentro proyectado en toda la superficie”, explica Hurtado Mena. Zonas de pinceladas más marcadas, otras de manchas más abocetadas, y la luz de un rosal donde el artista encontró un realismo que necesitaba en ese momento.
Estos cuadros de amplios formatos, en ocasiones divididos en dípticos para facilitar su almacenaje y transporte, tienen un origen mucho más pequeño: los bocetos de vivos colores que pueden verse sobre la vitrina de la sala. En ellos, los árboles, senderos y paisajes de los jardines aparecen retratados de forma rápida -de ahí el uso del acrílico-; apuntes que el pintor realiza in situ y donde captura una luz concreta, un árbol, una composición del paisaje que le despierta una emoción, y lleva luego al estudio para desarrollar la obra. Por eso, las luces en amarillo que protagonizan algunos de los apuntes pueden verse entre el ramaje de un árbol en uno de los cuadros ya terminados, y de esta manera puede descubrirse la intención primera de las obras.
Muchos de los paisajes retratados ya no pueden encontrarse porque, en algunos casos, son zonas de huerta que han ido desapareciendo; pero sobre todo porque la naturaleza cambia constantemente.
Es el caso de El banco de otoño, donde aparece un árbol joven. “Ese árbol que hay ahí, que parece que está naciendo, endeble, frágil, ya se ha hecho mayor. El cuadro no tendría sentido ya en ese lugar. Existe el banco, se puede ver, pero ya no tiene para mí esa emoción que provoca que ese árbol sea así”, cuenta el pintor.
Junto a los óleos aparece una serie de dibujos, también de amplios formatos, que presenta el mismo estilo de paisaje. “El dibujo necesita una predisposición especial”, dice Hurtado Mena, y explica que mientras la pintura recoge la luz, el entorno, el volumen, y lo hace con más temperamento, el dibujo intenta atrapar el interior; el contenido de la forma. “Cansa más, duele más”, reconoce; y esto porque en su caso el dibujo es más exacto, más fiel al referente que retrata y requiere una mayor concentración.
La exposición en su conjunto está apoyada en la solemnidad de la sala, que permite el juego de que el visitante, al caminar, vea cómo los cuadros se descubren u ocultan detrás del grosor de las columnas, y pueda acercarse a cada obra para dejarse interpelar por unos paisajes que al fin y al cabo le pertenecen. “Lo que quiero es que se vean en el paisaje interior de cada uno, que se puedan reconocer”, dice Hurtado Mena. “Me doy cuenta de que todos llevamos ese paisaje dentro, lo llevamos contenido”, explica; y comenta la satisfacción que supone escuchar cómo alguien reconoce en los cuadros parajes que forman parte de su propia infancia, o deduce el significado que él le da a una determinada obra.
Un huerto de vida que ha llevado la sombra de nuestros jardines al Palacio Almudí y ha mostrado esta colección de Hurtado Mena en torno a la naturaleza y las semillas que recibimos, cultivamos y contemplamos.