El rito en los vuelos del capote: pintura, escultura y bordados en seda en el Museo de la Ciudad

En la sala de exposiciones temporales del Museo de la Ciudad de Murcia, unos capotes de paseo aparecen cuidadosamente expuestos en paredes, bustos, y también en sillas, tal y como lo preparan los toreros antes de vestir el traje de luces. En el resto de la estancia, entre el colorido y vistosidad de los bordados se ven también obras pictóricas, relieves, cerámicas y esculturas que muestran al torero en pie vestido con el capote de paseo, a los alguaciles sobre los caballos; el movimiento del paseíllo o el cambio de la seda por el percal. Un recorrido por los distintos escenarios de un día de toros a través de una prenda, el capote, que ha sido fuente de inspiración para artesanos y artistas.

Es El rito en los vuelos del capote, la exposición que, del 17 de octubre al 30 de noviembre, ha llevado al  Museo de la Ciudad casi medio centenar de piezas que desvelan el significado de la que es la prenda más simbólica de la vestimenta taurina: el capote de paseo. La muestra, diseñada y comisariada por Mª Verónica de Haro de San Mateo, se enmarca en el II Congreso Internacional de Tauromaquia impulsado por el Ministerio de Cultura, la Consejería de Presidencia y el Ayuntamiento de Murcia; y ofrece al público un amplio conjunto de capotes cedidos por importantes nombres del mundo taurino, así como una cuidada selección de obras artísticas en torno a esta artesanal prenda de autores como Ramón Gaya, Pedro Serna, Lola Arcas, Hernández Cano, Rafael Grijalba, Nicolás de Maya, Arturo, Aurelio, Victoria Chezner, Antonio Ayala o Lorenzo Quinn.

La exposición, que da la bienvenida al visitante con una antesala dedicada a la sastrería taurina, busca en primer lugar poner de relieve una artesanía, la del bordado, que se perdería si no existiera la fiesta de los toros. “Este bordado erudito, este bordado en seda, tiene vigencia en el siglo XXI fundamentalmente por estas manifestaciones religiosas y culturales”, explica la comisaria, Verónica de Haro, en referencia también a la Semana Santa; y señala que la muestra pretende resaltar esa artesanía de la que nace el capote de paseo y toda la vestimenta taurina.

Este tipo de bordado queda recogido en los capotes de paseo expuestos, que pertenecen a toreros como Pepín Jiménez, Diego Urdiales, José Tomás, Rafaelillo, Sebastián Castella, Paco Ureña y Ginés Marín, además de en las piezas que proceden de Vitorio&Lucchino y la Sastrería Fermín y han sido cedidas por sus diseñadores.

Unos capotes que, además de ser piezas de artesanía, tienen una importante carga sentimental y artística. “Son prendas que estéticamente llaman mucho la atención, bordadas en sedas, en oro, en plata, en azabache. Algunos incluso son pintados”, explica la comisaria; e indica que, aunque los sastres pueden recibir encargos muy concretos a la hora de hacer un capote, por toreros que solicitan un determinado color, estilo o bordado, son muchas las ocasiones en que apenas reciben indicaciones. Y es ahí, en el momento de idear el diseño íntegro, cuando los sastres dan rienda suelta a su dimensión más artística.

Así puede verse en el traje de luces cedido por Vitorio&Lucchino; un traje goyesco, muy peculiar, que imita los tonos y detalles de un mantón de manila del siglo XVIII; o en los capotes de Antonio López Fuentes, de la sastrería Fermín, que son creaciones artísticas en toda regla: un conjunto de nueve capotes, procedentes de una colección más amplia, que nunca serán estrenados por ningún torero porque el sastre los ha concebido como un legado a la tradición del bordado, y serán conservados en un museo.

Estos capotes han sido colocados en la exposición en la balaustrada de la escalera de caracol del recinto, y rinden homenaje en sus bordados a obras literarias, como el Quijote; a motivos mitológicos, como el rapto de Europa; o a grandes nombres de la pintura, como Miró. “Se da la peculiaridad además de que este sastre, como la práctica totalidad de los sastres, cuando realiza un diseño no lo vuelve a repetir, por lo que estamos hablando de piezas únicas”, señala Verónica de Haro.

No es la primera muestra dedicada al capote de paseo que puede verse en la Región. El pasado año, el Museo Azul de la Samana Santa de Lorca acogió De seda y oro, plata, óleo o azabache… capotes con historia, una exposición monográfica comisariada también por Verónica de Haro y centrada en la historia y singularidades que se escondían detrás de capotes especialmente significativos.

La propuesta alojada en el Museo de la Ciudad, concebida para el II Congreso Internacional de Tauromaquia, presenta una colección distinta y se centra en el capote desde un enfoque más pedagógico que, además de permitir admirar los bordados, relata y traslada al público la simbología que adquiere esta prenda en los distintos escenarios del rito de un día de toros, representados en la sala a través de las piezas y el montaje.

“El capote es la prenda más especial para los toreros, la última capa de la que se revisten para ser lo que son y presentarse al público”, dice Verónica de Haro. “Pasa muy desapercibido por el público general que asiste a la plaza de toros, solamente se percibe durante el paseíllo; pero es muy importante desde por la mañana, cuando el torero prepara sus ropas para vestirse por la tarde para torear, y le sigue acompañando como fiel confidente a lo largo del día”, explica la comisaria.

La exposición comienza por esos momentos de espera del torero en el hotel, antes de vestirse para salir a la plaza. En esta primera sección, los capotes están colocados sobre las sillas, como manto protector del resto del traje, preparado en meticuloso orden para que el matador lo vista.

Esta espera del torero está escoltada por una representación de capilla presidida por una talla policromada de Roque López del siglo XVIII; un Cristo de la Columna que está rodeado de diversas estampas de santos y advocaciones de la Virgen que recuerdan a las devociones de los matadores, y a la incertidumbre de las horas previas a una corrida.

La siguiente escena la protagoniza un óleo de Diego Ramos donde los toreros llevan plegados los capotes sobre sí; y pasa en las siguientes secciones por el camino a la plaza, el momento en que el torero se envuelve en el capote de paseo, y también el de emprender el tan característico paseíllo. A continuación la exposición dibuja el abandono del capote de paseo en la barrera, donde queda como un espectador más, y el inmediato cambio de la seda por el percal para que la corrida continúe en la plaza, con el capote de brega.

El día de toros, y también la exposición, concluye en la última escena, donde el torero regresa al capote de paseo, abandonado en la barrera, y lo recoge y lleva consigo, esta vez plegado sobre sí mismo. Unas secciones que recrean la presencia del capote en estos distintos escenarios a través de las obras artísticas escogidas, que proceden de colecciones particulares y de los artistas, además de por el Museo Ramón Gaya, en el caso de las obras del maestro murciano. Y es que otro de los objetivos de la exposición es el de destacar la presencia del capote de paseo, y también de brega, en la creación artística.

La tauromaquia siempre ha sido un tema recurrente para los artistas en general. Los creadores que se han acercado a la fiesta no tienen por qué ser aficionados a los toros, pero sí es cierto que la tauromaquia, su plástica, su estética, su colorido, ha fascinado por su verdad”, dice Verónica de Haro, y explica que una función de toros no es teatro: es absolutamente imprevisible, todo lo que sucede en ella es verdad, y tiene una fuerza extraordinaria.

Los artistas, independientemente de que sean más afines o no, taurófilos o taurófobos, siempre han sentido fascinación por captar ese rito, eso tan distinto que permanece en el siglo XXI, en un mundo posmoderno donde prima la posverdad y está todo tan diluido”, dice la comisaria.

En la muestra hay hasta cuatro tintas de Ramón Gaya, una de ellas con gouache,  donde aparece el torero envuelto en el capote; además de una quinta obra, El capote descansando, ya en la última sección de la exposición, donde el capote aparece acompañado por una de sus características copas.

También aparecen varias obras de Pedro Serna; un conjunto de seis acuarelas que ilustran tanto el momento del paseíllo como el de dirigir la lidia con el capote de brega. “La tauromaquia tiene un interés muy grande para mí desde el principio, y sobre todo a raíz de conocer personalmente a algunos de los mejores toreros que ha habido”, explica Pedro Serna, y menciona a Rafael de Paula, retratado en las acuarelas que pueden verse en la muestra.

Una de sus acuarelas, El paseíllo (Ronda), es la imagen que da portada al catálogo de la exposición. Representa el momento en que los toreros lucen los capotes de paseo, y explica el pintor que pese a ser una obra de dimensiones muy reducidas, por su pequeño formato, está pintada con una gran entrega.

Al fondo de la sala, aparece la obra de Nicolás de Maya: Silencio; un retrato del matador de toros ceheginero Antonio Puerta, que posa sosteniendo su capote de paseo y ha sido pintado ex profeso para la exposición. Una obra de casi tres metros de alto realizada en una técnica mixta sobre papel con grafito, carbón y tinta que da a la imagen la solemnidad del blanco y negro.

«Representa todo aquello que la fiesta de la tauromaquia me ha enseñado: un sinfín de matices y valores sobre el destino del ser humano», escribe Nicolás de Maya en el catálogo de la muestra, donde añade que esta obra que es para él, por su gesto, un minuto de silencio en admiración a las grandes figuras del toreo.

Entre la obra escultórica presente en la exposición hay una selección de piezas de Hernández Cano. En ellas, con las estilizadas y alargadas figuras que son propias del maestro, aparece un matador en pie envuelto en su capote de paseo, además de la pieza El paseíllo, que representa a tres toreros frente a dos portones abiertos y sobre una base que forma parte de la misma pieza.

También, junto a la ventana, sobre el mismo capote de paseo que Antonio Puerta sostiene en su retrato, aparece otra pieza de Hernández Cano: Lance de capa; una escultura donde el maestro ha atrapado los pliegues y el movimiento del vuelo del capote.  “Conseguir ese vuelo en lo que primero fue barro antes que bronce es dificilísimo. Es muy singular esa pieza, y está llamando mucho la atención”, destaca la comisaria.

Junto a la obra de Hernández Cano está también la de la escultura Lola Arcas, presente en la exposición con un torero cubierto con su capote durante el paseíllo, dos figuras ecuestres que representan a los alguacilillos que preceden a los toreros en la plaza, y una cuarta pieza, Expectante, donde el torero permanece quieto, sosteniendo frente a él el capote de brega. Unas figuras de una colección más amplia que pertenecen a la exposición que la artista dedicó a la fiesta, y donde quiso representar las figuras arquetípicas que pueden verse en una tarde de toros.

Escribe Lola Arcas en el catálogo de la muestra que la tauromaquia cumple el triple precepto que se da en todo arte: la expresión, la emoción y la creación. Y como entre las artes suele darse una mutua fascinación que hace que a menudo dialoguen unas con otras, la fiesta de los toros ha atraído a artistas de todo tipo: poetas, pintores, cineastas, fotógrafos, músicos, modistos… y también ella, desde la escultura, siente esa atracción por plasmar lo que ocurre en el ruedo a través de la forma y el volumen. Y de ese anhelo nacen esculturas como El paseíllo, donde el torero camina con su capote.

“Mi paseíllo no es muy realista, muy naturalista; pero sí se ve que está caminando, y el espectador puede, con la mente, terminar de construir esa imagen que ha visto en la plaza”, explica la escultora, que en el caso de Expectante, ha retratado cómo los pliegues del capote que el torero sostiene frente a él pueden llegar a parecer los del vestido de una bailaora. “Esos contrastes me gustan mucho de la fiesta. El juego que da la tela, la tela del capote, cómo se conecta con el torero… la verdad es que es muy interesante. Ahí hay muchísimas posibilidades expresivas”, dice Lola Arcas.

La escultura de mayores dimensiones que puede verse en la sala es Capote, de Lorenzo Quinn; una pieza hecha en bronce. “Es un capote a tamaño natural del maestro Luis Francisco Esplá, que posó para el escultor. Él siente debilidad por plasmar las manos y hace unos años tuvo la ilusión de plasmar el momento en que unas manos dan vida a un capote de brega”, dice Verónica de Haro, y destaca los pliegues del capote y la peana de la escultura, redonda y con albero natural a imitación de la plaza de toros donde ese capote podría cobrar vida.

La exposición incluye también obras cerámicas, con un bajorrelieve del lorquino Antonio Ayala, y también un plato de Arturo, titulado Paseíllo pop, con unos geométricos toreros que hacen su paseíllo sobre un ruedo que es un plato, y una arena que, en esta ocasión, es de esmalte.

El rito en los vuelos del capote, clausurada el pasado 30 de noviembre, se complementa con el catálogo que le da continuación; un libro conmemorativo que da voz a los artistas o a grandes conocedores de sus obras, y permite ahondar en el simbolismo y cuidada artesanía del capote de paseo a través de las narraciones de los propios toreros y de personalidades del mundo de los medios de comunicación, la moda y la cultura.

Redactora y editora de El Visitante.

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