Al subir las escaleras que conducen a la Sala Alta del Real Casino, al murmullo que se escucha se suma una melodía tocada al piano. Ya en la puerta, el ir y venir de los transeúntes de la Calle Trapería parece haberse trasladado a la sala: los visitantes, en grupos y entre charlas, van observando las obras que, colgadas en los paneles, muestran trazos negros sobre un fondo blanco, con figuras abocetadas y manchas y líneas que ponen la nota de color. Entre tanto, la melodía de Comptine d’un autre été, de la banda sonora de Amélie, envuelve la sala desde el discreto piano de cola que, oculto tras el panel que acoge el cuadro de trazos negros que preside la exposición, sirve a Diana, becaria del Real Casino, para preparar sus audiciones de piano; y pone música a una exposición que lleva un título, cuanto menos, singular.
Es Abracadabra, la individual de Álvaro Peña que puede verse en la Sala Alta del Real Casino de Murcia estas Navidades, hasta el próximo 7 de enero. La muestra, inaugurada el pasado 5 de diciembre y con un total de 23 obras, es la segunda individual que el artista realiza en la Sala Alta. La primera, Oniria, tuvo lugar en 2015, y como ésta última, tuvo como comisario a Miguel Olmos.
“Miguel Olmos desde el principio ha apostado por mí, y quería que siguiera siendo mi comisario aquí en el Casino”, dice Álvaro Peña, sentado junto a la cristalera de la Pecera Sur del mismo edificio, desde donde se ve la calle. El de Álvaro Peña era uno de los nombres que Miguel Olmos tenía en mente cuando se propuso introducir en la Sala Alta a una nueva generación de pintores, de artistas jóvenes pero ya consagrados. “Expuse en 2015 porque me lo propuso Miguel Olmos y quedé muy satisfecho, muy agradecido”, dice el artista, que ese año formó parte, además, de la colectiva Fondos I con las obras de los pintores que habían expuesto ese año, y que habían pasado a formar parte de la colección del Casino.
En esta ocasión, Álvaro Peña vuelve a la Sala Alta con Abracadabra; un título donde el artista hace referencia a cómo la mezcla de manchas y líneas realizadas sobre el lienzo y presente en su obra puede ser algo mágico; y habla admirado de esa magia que, al mirar un cuadro, “entra por el ojo y al final conecta con alguna neurona en el cerebro, y hace sentir expectación; que puedas sentir algún tipo de expresividad, de encanto”, y hace que al espectador, aunque no sepa explicar por qué, le guste una obra por las formas, líneas y manchas que en ella ve. “Y ese fue un poco el juego que utilicé para Abracadabra”, dice Álvaro Peña.
La exposición supone, en la trayectoria del artista, un paso más hacia la abstracción, o al menos, hacia un desplazamiento de la figura como protagonista del cuadro en favor de la forma y la composición. “Cada vez voy buscando formas más puras, formas más limpias para que cada uno pueda llegar a imaginar o a ver algo en ese cuadro”, dice el artista, que aplica esto mismo a las figuras, que aparecen en muchas ocasiones inacabadas: “Utilizo el lápiz, el grafito, que dejo sin limpiar porque me gusta que el espectador sea cada vez más partícipe de ese cuadro, de esa obra”, dice Álvaro Peña, que concluye: “Sigo en esta línea, y veo que hay muchos espectadores, muchos amigos que van siguiendo mi evolución y van adaptándose a mis nuevos cambios, a mi nueva forma de estructurar un cuadro y ver una nueva realidad”.
Y si habla de evolución es por ese progresivo avance hacia la abstracción que las paredes de la Sala Alta están presenciando. En Oniria, la exposición anterior, la figura, y en especial al femenina, era la protagonista indiscutible de la obra, y era tratada además de una forma muy colorista. En Abracadabra, sin embargo, hay cuadros donde el contraste entre el blanco y el negro se ha impuesto a los otros colores, y donde la figura, a pesar de estar presente, ocupa una superficie del lienzo mucho menor.
En el momento de la anterior exposición, explica el artista, “la figura ocupaba prácticamente todo el cuadro; era como el eje fundamental de la obra”, y esto porque, cuenta Álvaro Peña, venía de estudiar el expresionismo austriaco y alemán, donde la figura era lo principal en la pintura, como sucede en la obra de Gustav Klimt o Egon Schiele. “Pero ahora ya no considero tan importante la figura”, dice el artista, y explica: “Ahora creo que la figura la coloco en el cuadro a modo de cómo estamos nosotros dentro de la sociedad. Nos sentimos colocados en un sitio, estamos ubicados en un punto, en tu familia, en tus amigos, en tu entorno social… y esto es un poco lo que hago yo con mi obra: coloco a mis personajes dentro de unos entornos más o menos abstractos, con diferentes manchas”.
Para poner en el lienzo esos entornos, y a la vez dar un equilibrio estético y visual a la obra, el artista se ha decantado por utilizar el negro y el blanco; un negro muy intenso y un blanco que es, en realidad, el de la misma tela. “Intento no manchar mucho el lienzo para que se quede con el blanco inicial. Lo considero un blanco muy puro”, dice Álvaro Peña, que lo aprovecha para crear contraste con el negro. “Me gusta la fuerza que tiene el blanco y negro, esa mezcla tan potente. De hecho, hay un cuadro, el principal de la sala, que es blanco y negro con grises. Creo que con eso gana todavía más en expresividad, en la fuerza que voy buscando y que quiero que transmita al espectador”, dice Álvaro Peña.
Se refiere a Saeta II, la obra de cuatro metros de ancho que preside la Sala Alta desde el panel del fondo. “La he titulado Saeta porque es algo muy visceral, muy fuerte; algo que se canta en época de Pasión, y yo quiero que mi obra sea pasional, que a quien de verdad le guste, le llegue”, dice Álvaro Peña. El cuadro está precedido por un primer Saeta que ha formado parte de la colectiva de Arte Sacro de la Galería Babel, y donde el artista ya ha trabajado esos trazos en negro; solo que acompañadas por una figura que en este segundo trabajo desaparece para dejar paso únicamente la forma. Cuatro piezas que forman un solo tema, y donde se ha tenido en cuenta, ante todo, la composición: “Si te das cuenta todo el cuadro compositivamente está muy pensado para que tenga su propia personalidad de principio a fin. Creo que está bastante compacto todo el cuadro, para verlo en su conjunto,”, dice Álvaro Peña.
Porque en las obras expuestas, si hay algo que Álvaro Peña ha cuidado es la composición. “Realmente lo más divertido de pintar, de crear, es componer ese cuadro. Eso es lo que al final hago en mi estudio: composición”, dice el artista; y recuerda que la composición es lo primero que se menciona al explicar alguna de las grandes obras de la historia del arte –cómo están colocados los personajes, si hay zonas de vacíos, proporciones áureas…– y es ahí donde, para él, surge la magia que llega al espectador y da nombre a Abracadabra, “porque lo que el ojo percibe es la composición, si está bien hecha o no. Si las manchas no están bien estructuradas quedan mal, se caen”, dice Álvaro Peña.
La mayor parte de las obras son acrílicos, por ser ésta la técnica preferida del artista. “Me dedico casi exclusivamente al acrílico por la rapidez. Me gusta trabajar rápido y buscando eso, el ir trabajando todo el cuadro a la vez, de una esquina a otra”, dice Álvaro Peña, que también se ha dedicado durante más de diez años a la acuarela. “He traído además tres obras que realicé en directo en Cartagena en el MURAM con acuarela, y que creo que quedaban muy bien en el conjunto de la exposición”, añade el artista. Tres acuarelas realizadas en el Museo Regional de Arte Moderno y que son la imagen de la invitación a la exposición.
Aunque había prometido no hacer más exposiciones en 2017, Álvaro Peña confiesa que todavía le quedan dos colectivas: una en Orihuela y otra en la Sala Verónicas, con el Instituto de las Industrias Culturales y las Artes de la Región de Murcia (ICA), que reunirá obras de los artistas que han participado en el Plan de Espacios Expositivos de este año. La siguiente individual, por lo pronto, llegará en enero, con un nuevo proyecto donde, adelanta Álvaro Peña, a la pintura pueden sumarse la fotografía y la escultura.