De Dioses y Hombres: González Beltrán viste de nuevo el Real Casino

En el interior del Real Casino de Murcia, una escultura de dos metros de alto de un hombre con una máscara de pájaro en la mano permanece en pie junto al arco de entrada a la Galería Central. Tras él, dos hileras de pequeñas estatuas de caballos, escenas mitológicas y dioses llevan hasta el imponente Ícaro de dos metros y medio que, con las alas de madera extendidas y una máscara de pájaro en la frente, se alza sobre su peana en la Exedra del Casino.

Es De Dioses y Hombres, la exposición que, desde el pasado 2 de marzo y hasta el próximo mes de septiembre, muestra en la monumental planta baja del Real Casino las obras de Mariano González Beltrán. Una muestra de un total de 23 piezas que, comisariada por Antonio González, tiene por tema la mitología, y lleva a este espacio del Casino, por segunda vez, la obra del escultor murciano.

El Casino es la joya de la corona de Murcia, y tiene de bueno que su estilo acepta perfectamente mi obra”, dice González Beltrán, en una de las mesas situadas junto a la cristalera de la Pecera Sur; y habla de una obra que, acorde con la monumentalidad del edificio, no está exenta de abstracciones. “Es un modelado muy moderno, muy actual”, dice el escultor, y señala que los acabados de las piezas, que hoy se ven con toda normalidad, hace unos años habrían sido inaceptables para muchos. El motivo, esa dosis de abstracción que, pese a estar ahí presente, no dificulta la comprensión de la obra: “Yo siempre he dicho que el arte es para los ojos. Son los ojos los únicos que son capaces de gritar cuando contemplan una obra de arte”, dice el escultor, y concluye: “Yo no hago obra que necesite luego un programa radiofónico para entenderla. Con verla es suficiente”.

En la exposición, el visitante paseará entre piezas que pertenecen a series distintas, pero que guardan una clara temática común: la mitología, que tiene para el escultor un gran atractivo; sobre todo por cómo los relatos sobre los dioses y hombres que pueblan los mitos de la Antigüedad clásica están relacionados unos con otros. “La mitología es que es muy bonita, porque todo tiene su porqué”, dice González Beltrán. “Está todo muy entrelazado, y da mucha libertad de interpretación”, explica; y pone de ejemplo las figuras que, bajo el título El Juego de los dioses, representan a estas deidades jugando con unas bolas de oro. Una escena que no aparece en ningún escrito de la mitología, pero que el artista puede imaginar como parte del tiempo que aquellos dioses debían pasar en el Olimpo. Y esto porque, para el escultor, la mitología da lugar a que “la imaginación trabaje y puedas irte por los derroteros que quieras, porque el tema lo acepta”.

Una de las series que conforman la exposición está dedicada a dioses de la mitología, como Mercurio, Baco o Zeus, que el artista presenta en forma de toro, como también aparece en la serie dedicada al rapto de Europa. “Está encima del toro, de Zeus. Por eso, si te das cuenta, esos toros, que tienen esa majestuosidad, tienen las patas cortadas y están separadas del suelo, para que se vea que hay una diferencia entre el toro que se lidia y un dios, que es Zeus convertido en toro para seducir a la doncella Europa y raptarla”, explica González Beltrán. Un personaje, el de Europa, que, en respuesta al título de la exposición, no es una diosa; como tampoco lo es el protagonista de buena parte de las obras: Ícaro.

Ícaro, que es una de las piezas que más he repetido y modelado, tampoco es ningún dios, ni hijo de ningún semidiós, ni nada de nada. Ícaro es hijo de un arquitecto”, dice González Beltrán sobre Ícaro, el personaje mitológico que era el hijo de Dédalos, constructor del Laberinto de Creta, donde el rey Minos encerró al Minotauro, y donde también Dédalos fue confinado con su hijo para que nadie conociera nunca la salida. Para escapar, Dédalos diseñó unas alas hechas con plumas unidas mediante cera, y entregó otras a Ícaro. Con ellas podría volar y salir de la isla, aunque con una advertencia: si volaba demasiado alto, el Sol derretiría la cera que mantenía unidas las alas y le haría caer del cielo.

A él está dedicada la pieza principal de la exposición: el Ícaro de dos metros y medio que ha sido colocado en la Exedra, y que es, en realidad, el original que se utilizó para el encargo que recibió en 2006 de realizar un monumento para Águilas dedicado al Carnaval. “Pensándolo cuando me encargaron ese trabajo, yo dije que desde mi punto de vista es un hombre con alas de pájaro, por lo tanto es un disfraz. Y es el primer disfraz del que se tiene conocimiento en la historia”, dice González Beltrán. “Me imagino que el Carnaval de Águilas durará muchos siglos, yo se lo deseo”; de ahí la necesidad, apunta el escultor, de buscar un tema que fuera más allá de los disfraces de moda. Por ello, dignificando el disfraz, un hombre con alas parecía lo mejor para una ciudad que, además, se llama Águilas. “Lo modelé a tamaño tal cual tiene en barro, y luego hubo que sacar un negativo para hacer esta pieza, que es en resina; y luego ponerle las alas de madera para que pudieran sacarse los moldes”, explica el escultor.

Este Ícaro, que preside la Galería Central, no es el único. Los hay de menor tamaño, en bronce, que aparecen en pie y sentados; con las dos alas desplegadas o una única ala extendida. “Hay Ícaros que ni siquiera tienen alas. Todos llevan la alegoría del pico, o bien en la mano, o bien en la frente, porque eso ya es símbolo de vuelo, símbolo de pájaro, símbolo de aire”, dice González Beltrán. “Pero hay algunos que no necesitan las alas porque lo que está volando es la mente. Estos Ícaros están quietos, sin alas, pero sí tienen movimiento: están soñando”, y menciona una de las obras, que tiene por título, precisamente, El vuelo de la mente.

“A mí siempre me ha fascinado este personaje”, dice el escultor; un personaje que, para él, simboliza el sueño, el derecho a soñar que tiene el ser humano y que nadie puede arrebatarle. “Significa eso, esa capacidad que tiene el hombre. Porque en su vida, ¿quién no ha soñado o deseado volar?”, dice el artista. “Yo creo que no habrá nadie que en su momento no haya deseado escaparse o volar, unas veces por felicidad, otras por escapar de las desgracias; pero ese es un derecho magnífico que tiene el ser humano”, concluye.

El comisario, Antonio González, escribe en el texto de presentación de la muestra que el escultor, «en cada obra, capta el instante fugaz y decisivo que concentra el mito. El instante que antecede al movimiento, a la acción, al juego, a la lucha». Así ocurre en los Ícaros, en el instante anterior a alzar el vuelo, o en el rapto de Europa, con la doncella desprevenida sobre el toro; o en las obras de su anterior muestra en el Casino, Memorias del Viento, que puso en la sala en 2016 un selección de maternidades y canasteras que también buscaban guardar en ellas un instante, un movimiento, en este caso causado por el aire, y así lo señala González Beltrán: “Todas llevan ese golpe de viento. Elijo el momento en que surge esa ráfaga”.

Porque dice el escultor que su obra no es de una belleza fría, sino que busca inspirar en ella un sentimiento, o un gran movimiento. “Yo nunca he modelado la belleza por la belleza. Eso ya está hecho magníficamente, a través de varios tiempos en la historia de la humanidad”, dice el escultor, que tiene otro objetivo: “Que no quede fría a la mirada cuando se contemple una obra mía. El bronce ya es frío de por sí”. Porque él prefiere que el espectador, al mirar las esculturas, vea en ellas calidez; el movimiento, el sentimiento que despierten.

Aunque el Ícaro central es de sus predilectas, cuando se le pide a González Beltrán que destaque una de las piezas expuestas se decanta por los toros que aparecen en la hilera izquierda de la Galería Central. “Les llamo Zeus porque no son toros al uso”, dice el escultor. “Se han modelado muy rápidos, y están hechos con pegotes que se ven perfectamente, de ahí que tengan esa fuerza, porque el barro no está sobado”, dice González Beltrán, que añade: “Estoy muy contento con ellos porque hacer con unos cuantos pegotes un toro con ese trapío y ese poderío no es fácil ni muchísimo menos. Son de las piezas que más satisfacción me han producido”, sobre todo por el poco tiempo que ha tardado en modelarlo. “Hay algunas obras que en una hora ha estado vencida la pieza”, dice el escultor, que indica que una obra está vencida cuando ya está hecha, a falta de detalles como los dedos de las manos o similar.

Porque lo esencial es ese primer modelado en barro, que luego se pasa a otros materiales, como el bronce que está presente en la mayor parte de la exposición. “Lo importante para un artista es la creación de la obra, y esta creación se hace en barro”, dice González Beltrán, que explica que hacerla luego en bronce o mármol o madera es secundario. “Eso para mí es trabajo”, dice el escultor, que prefiere el momento de enfrentarse al barro.

La creatividad es cuando no tienes delante nada, si acaso un hierro que aguante el barro, y entonces empiezas a darle forma a lo que ya tienes en la mente creado”, porque, indica el artista, no se puede acudir al barro sin tener la obra ya en mente. Por eso nunca ha dejado una pieza a medio, sin terminar. “Siempre que me he puesto a modelar he tenido la obra ya creada en la cabeza, pero creada a la milésima de milímetro”, dice el escultor, y concluye: “No me produce ningún sufrimiento; me produce mucha satisfacción ver que las manos me están obedeciendo y está saliendo lo que yo quiero que salga”.

El escultor, por lo pronto, tiene buenas noticias de la acogida de la exposición por parte del público; y mientras las obras siguen en la planta baja del Real Casino, toca seguir trabajando en los proyectos que tiene entre manos y que el artista prefiere anunciar a su debido tiempo. “Lo que sí hago es trabajar, porque eso es lo que he hecho toda mi vida”, dice Gonzalez Beltrán, y concluye: “Además tengo la suerte de un trabajo que me hace feliz. No puedo pedir más”.  

Los personajes representados en De Dioses y Hombres seguirán bajo las alas del Ícaro de Águilas hasta el próximo mes de septiembre en la planta baja del Casino, donde los dioses de la mitología clásica, tan humanos, seguirán en diálogo con Lacoonte, Europa y los jóvenes Ícaros que sueñan con alzar el vuelo.

Redactora y editora de El Visitante.

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